Cada verano, el bosque español sufre el azote de las llamas. Pero no es un azote fatal. Te proponemos un viaje al “día después”, esa labor oscura y necesaria para recuperar el monte lo antes posible.
Los incendios forestales son un desastre para la flora y la fauna, pero, para el bosque, casi nunca es el fin. Tras los calores de agosto, esos páramos ennegrecidos viven un proceso febril por recuperar la vida: aparecen arbustos que sujetan el suelo contra la erosión de otoño; muchos de los árboles “heridos” rebrotan en la siguiente primavera; otros nacen a partir de las semillas esparcidas en medio de las llamas; los técnicos entierran plantones que van echando raíces, y el bosque va recuperando poco a poco su pulso.
Foto. Incendio forestal de Navalón Abril 2008.
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